Hermes, mensajero de los dioses griegos. De allí deriva la palabra hermético.
El destino es una pregunta y una respuesta que se fue dando a través de la historia. Los griegos lo consultaban por medio del oráculo. Sentada sobre una grieta en la tierra, Pitia comunicaba lo que Apolo sabía. No estoy segura de creer completamente en el destino, así como sus diversos significados lo indican. Pero si creo que existen fuerzas que viajan a través del universo y unen nuestras almas y mentes.
La mujer que miraba por el caleidoscopio mientras escuchaba Chopin, me dijo que la clave de la vida es el deseo. Que sepamos que es lo que en verdad deseamos, y así la vida nos guiaría sabiamente. Si llegamos a destino, a la meta de nuestro deseo, es puramente por nuestra actitud y valentía. Nuestra confianza que sobrepasa cualquier puente. Pero también se debe a las fuerzas naturales que hacen a este mundo más mágico. Fuerzas herméticas. Fuerzas mensajeras.
Sofistas: profesores y filósofos errantes. Personas sabías o hábiles. Opinaban que aunque existiera una respuesta a las preguntas filosóficas, los seres humanos no serian capaces de encontrar respuestas seguras a los misterios de la naturaleza y el universo. Punto de vista llamado escepticismo.
Gente que se acostumbra al mundo en el que vive. Que no es capaz de liberar su mente e indagarse. Adultos que se acostumbraron al mundo en el que viven. Que se olvidaron de ser niños, y dejaron oculta la capacidad de sorprenderse. Un buen filósofo es aquel que no deja de sorprenderse. No se acostumbra. Y eso es lo que tienen en común un niño y un filósofo. Y es aquel que sigue buscando respuestas sin dar por hecho que nunca las sabrá.
También están aquellos que creen saber todo. Que se halagan y juguetean con palabras que ni ellos entienden. Pero si les preguntas, entonces un desasosiego interrumpe lo que suponía ser la fortuna del saber, y el cuestionado se quedará perplejo. El oráculo contestó, en aquellos tiempos, que Sócrates era el hombre más sabio de Atenas. De este modo Sócrates fue a dialogar con un hombre mucho más sabio. Sin embargo el hombre no pudo contestar ninguna de las preguntas irónicas que Sócrates le hacía. Y así afirmó que el oráculo tenía razón.
De todos modos, Sócrates enunciaba “sólo sé, que no sé nada”. Decía que no sabía nada y eso lo inquietaba. Estaba siempre atento a aprender más. Quería para sí mismo más conocimiento. Es por eso que Sócrates era un filósofo y no un sofista.
Siempre me he cuestionada si lo que vemos es lo que en verdad es. Lo que es el mundo. A veces entre tanta sociedad y tecnología pierdo aquel sentido. Es como si no supiera diferenciar si esto es verdad. Lo que siempre se ha buscado: la verdad, la belleza y la bondad. Lo eternamente verdadero. Sólo imaginar dando vueltas sin distinguir dónde estoy, casi sin estar en mi eje, aunque sentada me encuentre.
Tocar un vaso en el cual se vertió agua helada. Masticar hielo, abrazarme con el calor de la estufa, ver el reflejo del sol en la mañana. Llorar con o sin música. Degustar los gajos de mandarina, el ácido de la naranja, el jugo de la ciruela. Un beso. Sensaciones que me hacen sentir viva. Viva. Viva como ser en un planeta de tierra y agua que se sostiene por una fuerza en la inmensidad del universo. La luna es mágica. Y eso lo que me anima a seguir filosofando.
Quiero cabalgar sobre el conejo blanco. A través de las noches en Venecia, y por las acuarelas de los museos. Quiero ser el puente que hace tu cuerpo. El yoga de tu hambre. La delicadeza de los otoños. Por que siempre preferí esa temporada invernal, aunque en octubre florezca la seducción. Por que empiezo a indagarme que es lo que quiero hacer a partir de mañana. Que necesito, que deseo.
Una amiga mona me dijo una vez que a veces intentaba ver las cosas como si fuese una cámara fotográfica. Ella era su propio zoom y su propio enfoque.
Y pongo en práctica su conducta cuando me siento inestable.
Las canciones que me hacen más felices son las que escucho una vez en la vida, no sé de quienes son, como se llaman ni de dónde vienen. Sigo la línea de la tiza. La línea de la sal y el azúcar.
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