El aguacero y la ventisca cacheteaban mi cara. En el subterráneo la gente había empezado a acumularse esperando que acabara la nervuda precipitación. Mientras, yo era dichosa.
En la morada, el vapor murmuraba placeres y los bombones de cacao acompañaban el té. El poker había empezado un poco después de acabar con el infausto truco. No custodiaba esperanza ni atesoraba azar. La tarde se volvía ocre y la inmutable desgracia estaba servida en bandeja. Juegos cerrados y abiertos fueron desplegando naipes y combinaciones.
A veces me incita el mentalizar. La concepción surgió de tal modo, que las cartas llevaban consigo los mismos números pero variaban en color. Lo elaboré unas tres o cuatro veces. Sin embargo la quinta, fue deciciba y desequilibrada. Las fichas se colocaron en el centro de la mesa. Los contemplé a cada uno de ellos e imaginé una exquisita situación. Sus jugadas eran absurdas. Los miré con una sonrisa y desplegué los naipes impresionada. La riqueza era mía.
La vida lleva consigo pares dobles y simples. Podemos llegar a toparnos con un full o un color. Iniciar escalas y adjuntar casualidades que ella nos vierte. ¿Quién va a conseguir un poker? ¿Quién una Escalera Real? Esa que puede vencer a todas menos a una. Ella leyó su nombre dos veces y abarató su par doble.
Magia. Justo ayer hablamos de eso.
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